Alatum



"Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan
todo su entendimiento es su garganta."

Octavio Paz

martes, 22 de enero de 2019

Imperfecto


¿A dónde llegamos cuando no queda más que contemplar nuestra obra? Cuando emitimos un juicio en favor de algo que corresponde con la “verdad”. ¿Qué es la verdad de las cosas para aquellos que miramos de lejos? Para aquellos que con ligereza juzgamos los actos de otros. El bien y el mal colindan de forma difusa en cada esquina que caminamos, y las consecuencias de esos pasos, a veces son catastróficas.
Ha pasado durante mucho tiempo que creemos saber la razón de todas las cosas. Nos jactamos de ello bajo el nombre, el lugar, y la religión que se nos han impuesto desde el nacimiento. Es fácil ser insensible al dolor ajeno, al error ajeno. Cómo si la suma de nuestros actos fuera un epítome a las obras intachables y a la inteligencia pura. Que mala suerte de aquellos, cuyo acto insensato tuvo consecuencias tan nefastas, tal vez mucho más caras, de lo que realmente merecían.
Robar no merece la muerte, más es un acto reprobable pese a muchas excusas, la mayoría de ellas. Ahora nos damos cuenta de lo que ya sabíamos, que el ser humano dice una cosa, y es rápido en hacer lo contrario. La bondad o maldad de una persona no se mide en un sólo acto aislado. No merece un sólo error cobrar la vida de una persona, pero ahora la vida nos enseña, que la casualidad, no sabe de equivalencias.
Es triste ver el dolor de aquellos que no sabían que una parte de su corazón iba a la muerte. Es triste ver a un pueblo ser sordo y terco. Ser infame. Es triste verlo vanagloriarse del error, de la falta, y es igual de triste ver a ese mismo pueblo ser atroz en su juicio.
El mal juicio es la falla de esta tragedia. El mal juicio de no jugar cara a cara con el peligro. El mal juicio de no hacer lo correcto. El mal juicio de no saber ser prudente con las palabras. El mal juicio de no saber que somos imperfectos. Que así como obramos con diligencia, también hablamos con la misma.
No, nada nos justifica. Ni a unos, ni a otros. Sólo nos queda contemplar la obra. Lo que queda, lo que somos. En lo que nos hemos convertido…



A.I. Mendoza Seda

martes, 15 de enero de 2019

El gran salto



Y estamos parados en ese límite. El camino se terminó. Después de salir de ese espeso bosque de destino incierto, se hizo la luz y mostró una verdad que no esperábamos. El sendero se termina, frente a nosotros, hay un abismo…
Miramos atrás, a todos esos años que pasamos caminando en un lugar que pensamos nos llevaría muy lejos, pero el camino de los demás sigue a lo lejos, andan tranquilamente, su vida no se detuvo. Y nosotros estamos en este lugar, después de subir la empinada pendiente, después de dejarlo todo. Respiramos con dificultad, ya no hay tiempo para volver y elegir esa vida que todos los demás tienen. Tal vez podamos correr, si corremos ahora podríamos alcanzarlos, terminar nuestra vida en la cama de un hospital, con toda esa familia que salió de un encuentro trivial, que siempre estuvo en el “aquí andamos”.
Entonces en medio del pánico una idea cruza por nuestra cabeza, una locura que pide algo más que creencias y leyes de atracción. Algo que nos ha acompañado todo este tiempo, como un fantasma. La fe.
En ese gran acantilado, se abre un mar que sostiene en su fondo un horizonte. La corriente se eleva, se rompe con las olas de ese fondo caótico, del que no se puede saber nada. Pero la luz es tan hermosa, que tal el camino sea así.
El viento sopla de forma violenta, nuestros recuerdos se concentran, nuestro corazón late fuerte y nuestro cuerpo se estremece. Sentimos la frialdad de esas lágrimas, de ese aliento que nos abandona. Ha llegado el momento de saltar, de hacer eso que jamás creímos que llegaríamos a hacer. Ha llegado el momento de saber, si tenemos la fuerza para volar, o nos hundiremos en el fondo del mar.
Ha llegado el momento del gran salto.


A.I. Mendoza Seda.

viernes, 11 de enero de 2019

Luminaria




Vi en sus ojos el salto de un pez dorado.
Un hilo de aire entre sus dientes blancos.
El rizo de su cabello se mezcló en la penumbra
y sus palabras se enredaron.

El movimiento de su manos;
perfume que se impregna en ojos ajenos.
Su caminar;
paso que marca el correr de las estrellas.

Son imperecederos nuestros recuerdos falsos.
Imágenes quietas que jamás envejecen.
La canción repetitiva de su voz se eleva,
se suspende en espacio intangible.
En una mueca, en un botón.

Se queda varado a la deriva como una ilusión.
Un idealismo.
Ser efímero que respira lejos,
que se acerca en un espacio inalcanzable.
Que existe, que muta, que vuelve.

Ser ajeno. Ser nuestro. De todos.
De nadie.



Nocturno

martes, 8 de enero de 2019

Cuesta arriba



Los principios de año están llenos de gente corriendo en los parques. De subscripciones de gimnasio y ensaladas. De libros nuevos y sonrisas. De promesas a otros y a nosotros mismos.
Vemos en el juguete del niño la ilusión de algo nuevo. En las luces del árbol tardías la nostalgia. En ese pensamiento que es desidioso, que se niega a darnos la iniciativa de quitar los adornos de navidad. Las promesas y la emoción de un nuevo comienzo se vuelven tangibles. En algo que amanece como un recordatorio pegado a nuestra almohada. El miedo nos invade al pensar que esa promesa, puede seguir a la deriva hasta el final. Cada vez es más difícil permanecer ilusionado de que las cosas van a cambiar, de que los golpes de suerte existen. Nos damos cuenta que la realidad de los cambios residen en nuestras manos, y temblamos, cuando tenemos la incertidumbre de tener la fuerza para realizarlos.
Sin embargo el error común del ser humano es considerar un cambio como algo ilusorio. Es vivir antes de tiempo en su mente lo que desea, gastar ese anhelo en imágenes y monólogos quietos. Creer que la voluntad es algo que se tiene o no se tiene.
La voluntad es algo que se obtiene, así como se obtiene todo en este mundo, se aprende y se absorbe. Se gana. La voluntad es eso que se para detrás de nosotros señalando mejores horizontes. Es eso que camina al lado de nosotros prometiendo mejores tiempos. La voluntad es un ente que vive aparte, que desea nuestro éxito, pero que no toma nuestra mano, a menos que nosotros se la tendamos primero. La voluntad es una dama recelosa y desconfiada, que no se queda a vivir en nuestra casa a menos que se sienta deseada. Es esa que no nos brinda su cálido abrazo, hasta demostrar que somos dignos de sus dotes.
La voluntad se talla, poco a poco como los relieves. Es algo que se construye, un paso a la vez.
El mayor error del ser humano es creer en los cambios. Cuando lo que verdaderamente debería perseguir, es la evolución.


A.I.Mendoza Seda

lunes, 6 de agosto de 2018

Volátil.



En otras ocasiones he hablado de la ligereza de la vida. A pesar de ser mortales, al ser jóvenes, vemos ese umbral como un final lejano. Pero la tierra está enferma, está enferma de nosotros y por nosotros, y ahora vemos lo que hemos hecho, y pagamos el precio por ello. Ahora la gente joven no es inmortal. La gente vieja tiene que ver morir a sus hijos. Se ha difuminado la línea, entre lo que se gana una persona buena y una mala. Ya no existe justicia divina. Se pone en duda que exista un concepto tan complejo.
Ya no hay buenas noticias cuando se trata de nuestra madre. Sus tierras han sido profanadas, su agua es un vertedero de males y ambición. Nuestros cuerpos también enferman por ello. No podemos culpar a nadie, más que a nosotros y al destino. Pocas veces se es consciente de forma certera de que no tenemos la vida comprada. De la fragilidad de esos planes que con tanta certeza planeamos a futuro. Vivimos llenos de contradicciones y sin certeza, excepto de algo; nosotros somos nuestra perdición.
“Se encontraron cerca de 12.000 piezas de partículas de miocroplástico por litro en el Océano Ártico.” Ese lugar que para la mayoría de nosotros es lejano a nuestro día a día. Pero la existencia del ser humano ha llegado tan lejos, que hemos dejado vestigio de lo que somos, en tierras que ni siquiera hemos pisado.
Ya no podemos confiar en nadie. Ni siquiera en la palabra de aquellos que prometen sanarnos. Todo es un negocio. La dignidad es un negocio, la tristeza es un negocio, la felicidad es un negocio, la enfermedad y la vida humana, también son un negocio. ¿Qué somos? Un reflejo de papeles con caras conocidas y números impresos. Un ser que piensa, que vive en un mundo que no entiende. Descendientes de algo que no pertenece aquí, una peste, o los hijos incomodos, que ya nadie quiere.
Nos empeñamos en amar, y en desear, y por ello creemos que tenemos derecho por sobre otros. Por sobre esos seres que no tienen voz. Cuando caminamos la ruta de todos los días, no reparamos sobre ello más que cuando la noticia nos aborda. Por un momento sufrimos, y después nos olvidamos. Y sin embargo, llega ese día, en que una circunstancia nos hace darnos cuenta, que un día llegará el fin, que esa proyección de nosotros en el futuro es una ilusión, y que el ser que existe en el presente es prisionero de ese espejismo, y sufre y muere, y llora sin poder hablar consigo mismo.
 Somos iguales a todo lo que existe. Mientras pensamos en ese futuro, devoramos al mundo. ¿Qué quedará cuando lleguemos a ese tiempo? Qué quedará de nosotros, y de lo que hacemos ahora…


A.I. Mendoza Seda

martes, 3 de abril de 2018

El ser pequeño



Qué corresponde una buena niñez... ¿El sonido de los pájaros y los perros? ¿Las pelotas baratas y las risas...? Tal vez los raspones en las rodillas y esas aventuras en una azotea. 
Para mi abuelo qué fue la niñez… Esa historia de crimen y fobias nacientes. Para mi abuela fue una historia de abandono y carencias. La historia de mi padre se cuenta con juegos en las calles, un perro, pesadillas y recetas de comidas austeras. La niñez de mi madre se divide entre golpes y gritos; risas y muchos niños.
Ahora la historia de los niños tal vez sea contada a través de lo que vieron en una pantalla. Tal vez, en lo que no vieron dentro de ella. La historia de la niñez es esa que se planta en nuestro subconsciente. Esa que nos da los pretextos para ser quienes somos. Cuando pienso en el estado inmaduro, veo y escucho historias; pero más allá de las cosas buenas, están esas, de las que aun en la inocencia nadie se ha salvado. De ese momento de desprecio e inseguridades que nadie pudo cubrir. De momentos en que la felicidad resulta triste. De enseñanzas incomodas. Cosas que siempre callamos. Que nadie sabe. Que nadie sabrá nunca.
En la niñez nos convertimos en estos seres raros. Que se reconocen únicamente en pensamientos. Aprendimos a ser ese otro que ven los demás. Que habla. Que vive nuestra vida. Definimos si somos un valiente o un cobarde. Y cuanta lástima la gente sentirá por nosotros…
Cuando pienso en esos días no puedo decir que fui infeliz. Porque ni siquiera conocía la infelicidad o la verdadera dicha. Vivía en un mundo de pensar y escuchar. De ver y no decir. De llanto por cosas estúpidas y de preocupación por cosas dolorosas. Recuerdo momentos que marcaron mi vida. En que con una palabra el mundo como lo conocía se derrumbó, y como con otra de pronto había un rayo de esperanza.
Mi madre era una maga.
Mi padre era un rey.
Mi hermano era un cuentista...

Y yo era una niña, y siempre seré esa niña.

 Igual que todos.




A.I. Mendoza Seda


miércoles, 28 de marzo de 2018

Bad Poetry


Prefiero tomar tu mano

y verte como algo que no eres.

Prefiero ser tu sombra.
el palpitar de tus andares errantes.

Prefiero morir en la nube
que rodea tu casa en primavera.

Prefiero ser ese loco
que te ama con metáforas estúpidas.
y no caer en la aburrida rutina
de pronunciar tu nombre diez veces al día.

Prefiero ser un globo de helio.

Prefiero ser ese que cae en desvelos.

Prefiero ser en este mundo un absurdo.

No un tonto.




Nocturno